Según el libro del Génesis (1: 4, 3-12), los hijos de Adán, brindaron sendas ofrendas a Dios, siendo la de Abel del agrado del Señor y no así la de Caín. Celoso de su hermano, Caín mató a Abel, sufriendo la ira de Dios y el destierro. La tradición establece además que Abel fue golpeado hasta la muerte con una quijada.
Uno siempre espera que las agresiones y los peligros vengan de fuera, de los desconocidos. Es demasiado penoso y difícil de digerir que procedan de tu propia sangre, puedes llorar ríos de arena durante todo un estío. Puedes tomar cajas y cajas de lorazepam para calmar el dolor, otros también beben vino rojo como la sangre que esparce el mal hermano.
La pregunta es la misma de siempre, la eterna:
—¿Por qué lo has hecho Caín?—
—Me molesta tu luz Abel, voy a opacar tu brillo—
—¿Qué te hice?, te he cuidado desde niño, yo te amo, solo quiero tu bien—
Pero cuando te das cuenta la quijada ya está clavada en tu cabeza y en tu corazón y tú sangras y sangras y brotas más bermellón.
Con la frustración como motor, él sigue adelante, pisando, doblando, destruyendo y Dios ¿Dónde está? Donde siempre… jugando a ser el amo de la creación.
Tu invención es un asco porque en este mundo los Abeles mueren y los Caínes triunfan.
—¿Qué has hecho Caín?—Inquieres ridículo en tu trono, rodeado de gordos angelotes.
Que has hecho NO, dale justicia al finado y su merecido al asesino, el destierro no es suficiente.
Yo reniego de este dios, con minúscula, de los fraternos mediocres y envidiosos
Yo clamo al infierno pidiendo una sentencia ecuánime, ya que el cielo me dejo con los sesos esparcidos en el polvo y cara de tonta, preguntándome: ¿Por qué hermano, por qué?
A mí hermano.
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